Bienvenido alumno UNID de 5to. Cuatrimestre
de la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. En este
cuatrimestre la asignatura que nos ocupará es Sociología de la Comunicación.
En
esta página encontrarás el material de apoyo así como lecturas, que apoyarán el
siguiente temario:
1.
PERSPECTIVAS SOCIOLÓGICAS DE LA CULTURA
1.1
Alternativas culturales
1.2
Comunicación como objeto de análisis sociológico
2.
COMUNICACIÓN DE MASAS
2.1
Sociedad moderna y
Sociedad de masas
2.2
Paradigmas en los
estudios de comunicación de masas
2.3
La “Mass Communication Research”
2.4
El Hombre masa y su
papel en la cultura contemporánea
3.
TEORÍAS CONTEMPORÁNEAS
DE LA COMUNICACIÓN DE MASAS
3.1
El Funcionalismo
3.2
El estructuralismo y
la perspectiva interpretativa
3.3
La teorías de
comunicación en Estados Unidos
3.4
Teoría Crítica de la
escuela de Frankfurt
4.
LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN
4.1
Su efecto ideológico
4.2
El papel de los medios en la construcción del
acontecimiento social
4.3
Medios y modernización en América latina
4.4 Aportes cibernéticos
¿QUÉ ES CULTURA?

La palabra cultura (del
tema cult, perteneciente al verbo latino colo, colere,
cultum = cultivar) significa etimológicamente cultivo.
Como palabra fundamental, ella entra en composición con palabras específicas,
que determinan su sentido general; así “agri-cultura” = cultivo del campo.
Cicerón, en las Tusculanas (2, 13), emplea la expresión cultura
animi en el sentido de “educación espiritual”; y Horacio, en las Epístolas (1,
1, 40. B), usa la palabra con el mismo sentido, si bien no añade término
especificativo alguno. Cultura, atento a su definición
verbal-etimológica, es, pues, educación, formación, desarrollo o
perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales del hombre; y en su
reflejo objetivo, cultura es el mundo propio del hombre, en oposición al mundo
natural, que existiría igualmente aun sin el hombre. Cultura, por tanto, no es
solamente el proceso de la actividad humana, que Francisco Bacon llama
metafóricamente la “geórgica del animo” (De dignitate et augmentis scientiae,
VII, 1); es también el producto de tal actividad, de tal formación, o sea, es
el conjunto de maneras de pensar y de vivir, cultivadas, que suelen designarse
con el nombre de civilización. Así entendida, cultura es un nombre
adecuado para aplicarse, sensu lato, a todas las realizaciones
características de los grupos humanos. En él están comprendidos tanto el
lenguaje, la industria, el arte, la ciencia, el derecho, el gobierno, la moral,
la religión, como los instrumentos materiales o artefactos en los que se
materializan las realizaciones culturales y mediante los cuales surten efecto
práctico los aspectos intelectuales de la cultura (edificios, instrumentos,
máquinas, objetos de arte, medios para la comunicación, etcétera).
Pero
no siempre el término cultura ha tenido una extensión tan
grande; anteriormente, máxime en la edad clásica, su denotación era mucho más
restringida. En la Grecia antigua, el término correspondiente a cultura
era paideya (lit. crianza de un niño; met. instrucción,
educación perfecta), al paso que, en la Roma de Cicerón y de Varrón, se usaba
la palabra humanitas (lit. naturaleza humana; met. dignidad
humana, educación refinada). Se entendía por educación perfecta o refinada la
que proporcionan las buenas artes, que son propias y exclusivamente
del hombre y lo diferencian de los demás animales (A. Gelio: Noches
áticas, XIII, 17). Las buenas artes eran la poesía, la elocuencia, la
filosofía, etcétera, a las cuales se reconocía un valor esencial para la
formación del hombre verdadero, del hombre en su genuina y perfecta naturaleza,
o sea, del hombre concebido como pura mente, como puro espíritu.
A partir del siglo I antes de Cristo, por obra especialmente del filólogo
romano Varrón, se llamó artes liberales (o sea, dignas del
hombre libre; los esclavos, en Grecia, estaban excluidos de la educación), en
contraste con las artes manuales, a nueve disciplinas: gramática, dialéctica,
retórica, aritmética, geometría, astronomía, música, arquitectura y medicina.
Más tarde, en el siglo V, Marciano Capella, en su obra Las nupcias de
Mercurio con la Filología (donde la esposa es acompañada precisamente
por las artes liberales), eliminó las últimas dos, la arquitectura y la
medicina, por no ser necesarias a un ser puramente espiritual (es decir, que no
tiene cuerpo). Quedó, de esta manera, definido el currículum de
los estudios (un trivium: gramática, dialéctica y retórica, y
un quadrivium: aritmética, geometría, astronomía y música), destinado
a permanecer inmutado por muchos siglos. S. Tomás fundaba la distinción
entre artes liberales y artes manuales o serviles en
que las primeras están dirigidas al ejercicio de la razón y las segundas a los
trabajos del cuerpo, que en cierto modo son serviles, porque el cuerpo está
sometido al alma y el hombre es libre según el alma. Para significar el arte
manual o mecánico, en griego se empleaba la palabra banausía, que
implicaba una valoración negativa de tal actividad como algo grosero y vulgar.
Ya Herodoto (Historias, II, 155 sigs.) observaba que tanto los griegos
como los bárbaros convenían en considerar inferiores a los ciudadanos que
aprenden un oficio y, en cambio, en considerar como gente de bien a los que
evitan los trabajos manuales y se dedican principalmente a la guerra. Jenofonte
(Económico, IV, 203) sostiene, a su vez, que las artes mecánicas
deshonran a las ciudades. Platón, en el Gorgias (512 B), dice
que hay que despreciar a los que ejercen las artes mecánicas, por más que sean
útiles. Más explícitamente Aristóteles (Política, III, 4, 1277 sigs.)
afirma que el poder señorial es propio de quien no sabe hacer cosas necesarias,
pero las sabe usar mejor que sus dependientes; saberlas hacer es propio de los
esclavos, es decir, de la gente destinada a obedecer. Es lamentable que el
genio de Platón y de Aristóteles no haya sabido mirar hacia el futuro y haya
sancionado la constitución social de su tiempo, basada en la esclavitud: de un
lado estaban los que lo poseían todo; del otro, los que no tenían más razón de
existir que la de proporcionar los bienes necesarios para la existencia de los
primeros. El esclavo no pasaba de ser un instrumento animado; y
todos los que se dedicaban a los trabajos manuales no se diferenciaban
substancialmente de los animales, porque también éstos (se decía) trabajan,
luchan para proporcionarse el alimento y para satisfacer otras necesidades,
porque también éstos son meramente soma (cuerpo) y no nous (mente
pensante). Este concepto clásico de cultura es, pues, eminentemente aristocrático:
no todos pueden acceder a ella, sino solamente los mejor dotados. Por otro
lado, es naturalista, ya que excluye toda actividad ultra-mundana,
o sea, que no esté dirigida a la realización del hombre en el mundo. Por fin,
es contemplativa, al ver en la vida teórica,
enteramente dedicada a la búsqueda de la más alta sabiduría, fuera de cualquier
utilidad práctica, el fin último de la cultura. En la condena y subestimación
del trabajo manual, máxime si tiende a la consecución de una ganancia, el
concepto clásico de cultura se aviene perfectamente al sentido de la palabra
latina otium (descanso de las ocupaciones de los negocios,
tiempo libre porque no es ocupado por los negocios), en oposición a negotium (nec
otium, a saber, ocupación, actividad práctica). El griego empleaba la
palabra sjolé con sentido similar: ocupación de estudios,
ocio, descanso.
La edad media en
parte conservó y en parte modificó el concepto clásico de cultura: conservó los
caracteres aristocrático y contemplativo, pero substituyó el carácter
naturalista con el carácter religioso-trascendente: fin de la cultura es la
preparación del hombre para el cumplimiento de los deberes religiosos y la
consecución de la vida ultraterrenal. La filosofía adquirió una función eminente,
pero diversa de la que había tenido en el mundo grecorromano: dejó de ser el
conjunto de las búsquedas autónomas que el hombre organiza y disciplina de
acuerdo con los instrumentos naturales que él posee, o sea, con los sentidos y
la razón, y se convirtió en auxiliar de la teología para la defensa y la
demostración, hasta donde sea posible, de las verdades reveladas (philosophia
ancilla est theologiae). Sin embargo, la cultura medieval conservó, como se
dijo arriba, los caracteres aristocrático y contemplativo, propios del ideal
clásico. El carácter aristocrático fue afirmado sobre todo por la filosofía
árabe: solamente a unos pocos (dice Averroes) es accesible la verdad
filosófica; a los más sólo les queda la revelación religiosa. El carácter
contemplativo se mantuvo en el conocimiento científico y filosófico y se
acentuó en el contenido religioso como preparación y anticipación de la
contemplación beatífica del alma en el reino celestial. En general, el saber de
la Edad Media se significó porreligioso y enciclopédico.
El progreso del saber en la antigüedad se había caracterizado por una
creciente especialización, producto de una cada vez más grande
autonomía de las ciencias particulares respecto de la filosofía. Aunque ésta
era reconocida como “la madre de todas las ciencias”, jamás logró sujetarlas a
sus principios y a sus métodos, porque, a causa de la norma vigente de la libre
investigación, ninguna corriente filosófica llegó a ser exclusiva por
su prestigio o a gozar del apoyo oficial. Esta circunstancia, o sea, la
imposibilidad de que un sistema filosófico se constituyera en sistema
predominante y orientara la búsqueda en todos los campos del saber, junto con
el amor desinteresado por la verdad y el contacto con la naturaleza, promovió
aquel admirable florecimiento de descubrimientos que hace de los dos últimos
cinco o cuatro siglos de la edad precristiana uno de los periodos más luminosos
de la ciencia humana. En cambio, en la edad media, el interés por la búsqueda
de lo nuevo y por el acrecentamiento del patrimonio científico decayó
notablemente: la teología ya tenía listas las respuestas a los grandes
problemas del Ser absoluto y universal, propios de la Metafísica; y, en cuanto
al conocimiento de la naturaleza, la edad media aceptó sin reservas la ciencia
aristotélica como una adquisición definitiva del pensamiento humano. Los
programas de las escuelas no tenían otra finalidad que la formación de
los clérigos. Para ello, resultaban suficientes las siete artes
liberales: en la escuela de gramática, se estudiaba el latín, por cuanto era la
lengua del clero; la enseñanza de la retórica y de la dialéctica tendía a la
formación de los predicadores; la matemática era la llave para la
interpretación del significado místico y simbólico de los números; el conocimiento
de la astronomía servía para la compilación del calendario eclesiástico; por
fin, huelga recordar la estrecha relación de la música con las ceremonias del
culto. Desde luego, no todo significó estancamiento de pensamiento: al lado de
las escuelas claustrales y episcopales, empezaron a surgir las primeras
universidades laicas, animadas por un espíritu nuevo de intensa curiosidad, de
independencia, de crítica, de libre movimiento, preludio de la edad moderna.
La edad moderna fue
anunciada por un intenso y admirable movimiento cultural, que tuvo su primero y
más importante centro en Italia. La intención declarada era “abrir las ventanas
al pensamiento”, que había quedado encerrado dentro del sistema
aristotélico-tomista. Ello implicaba el repudio del principio de autoridad y de
la tradición y la afirmación del derecho a pensar libremente, fuera de
compromisos de cualquier especie. Dicho más escuetamente, la cultura se
laicizó. El humanismo tuvo, entre sus rasgos esenciales, el reconocimiento del
valorhumano de las letras clásicas. Ya en tiempos de Cicerón y de
Varrón, como se ha dicho arriba, la palabra humanitas significaba
la educación del hombre como tal, como ser espiritual. En el humanismo, tal
concepto se perfeccionó, al reconocerse en la elocuencia y, en general, en los
estudios literarios, que culminaban en el arte de componer en latín y en
griego, la base o, mejor dicho, el alma de la educación intelectual. Según los
humanistas, el estudio de las letras clásicas cumplía con la función formativa
del hombre desde un triple punto de vista: a) como medio de expresión y
perfeccionamiento del pensamiento; b) como medio de refinamiento del gusto
estético; c) como medio de preparación para la vida. Cumple con la primera
función, por cuanto las lenguas antiguas con su organización lógico-gramatical
obligan, por así decirlo, al pensamiento a ser claro y ordenado. Cumple con la
segunda función, porque, al descubrirnos un mundo deslumbrante por su belleza,
educa el gusto. Por fin, cumple con la tercera función, porque prepara a los
jóvenes al cumplimiento cabal y responsable de sus deberes en el seno de la
vida social. La cultura renacentista sigue, por tanto, siendo aristocrática:
la sabiduría está reservada a pocos; el sabio humanista está separado del resto
de la humanidad, posee un status metafísico y moral propio,
distinto del status de los demás hombres. Por otro lado, la
cultura humanista recupera el carácter naturalista, que se había
perdido en la edad media: el hombre queda situado en su mundo, que es el mundo
de la naturaleza y de la historia. La formación humanista consiente al hombre
vivir de la manera mejor en el mundo que es suyo; y la propia religión, desde
este punto de vista, es elemento integrante de la cultura, no porque prepare
hacia otra vida, sino porque enseña a vivir bien en ésta. En cambio, la cultura
renacentista abandonó el carácter contemplativo de la noción tradicional de
cultura e insistió en el carácteractivo, práctico de la
sabiduría humana. Ya en el siglo XIV, Coluccio Salutati (1331-1406) decía en
el De nobilitate legum et medicinae: “Me causa extrañeza el que se
sostenga que la sabiduría consista en la contemplación. Ya que la verdadera
sabiduría no consiste en la mera especulación, no puede llamarse sabio a quien,
aun habiendo conocido cosas celestes y divinas, no es útil a sí mismo, a la
familia, a los amigos y a la patria”. La sucesiva afirmación de esta concepción
activa de la cultura caracteriza el comienzo de la edad moderna. Nos basta con
citar a los dos pilares de la filosofía de este tiempo: Bacon y Descartes. De
Bacon referimos: “Hay que saber aplicar los descubrimientos de la ciencia a los
fines de una vida feliz” (Selva de las selvas, apéndice: “Nueva
Atlántida”); “El hombre es ministro e intérprete de la naturaleza, cuyo
ordenamiento descubre por obra de la inteligencia y de la observación” (Novum
organum, cap. I); “Saber y poder coinciden, ya que sólo obedeciendo a la
naturaleza, esto es, entendiéndola y explicándola, se puede llegar a dominarla”
(Novum organum, ibídem). De Descartes reproducimos: “Todo hombre está
obligado a procurar el bien de los demás como está en sus manos, ya que nada
vale quien a nadie es útil” (Discurso del método, Sexta Parte).
Con la filosofía de
las luces se eliminó el carácter aristocrático de la cultura, que había
permanecido inalterado desde la edad clásica. La Ilustración, por un lado,
trató de aplicar la crítica racional a todos los objetos susceptibles de
investigación y, por el otro, se propuso la máxima difusión de la cultura, que
dejaría así de ser patrimonio de los cultos para convertirse en instrumento de
renovación de la vida individual y social. A esta doble tarea colaboraron al
mismo tiempo filósofos, literatos, poetas, hombres de ciencia, críticos y
políticos. Esta confluencia de corrientes encontró, en Francia, su
documentación luminosa en la Enciclopedia, diccionario universal de
ciencia y de letras, de arte y de oficios, que quería ofrecer un cuadro general
de los esfuerzos del espíritu humano en todos los campos del saber y en todos
los siglos. Cada cosa fue removida, cada cosa fue objeto de análisis y de
juicio. Los intelectuales pretendían liquidar el orden existente con la fuerza
de su lógica para construir luego un nuevo arreglo con el instrumento de la
razón.
Mientras tanto, el
dominio mismo de la cultura iba ensanchándose: nuevas disciplinas que se habían
formado y que habían adquirido su autonomía exigían ser incluidas dentro del
concepto de cultura como elementos constitutivos, esto es, como elementos
indispensables para la formación de una vida humana equilibrada y rica. Ya no
satisfacía la vieja noción humanística; era preciso también el conocimiento, en
cierta medida, de la matemática, la física, las ciencias naturales, las
disciplinas históricas y filológicas, etc. De esta manera, el concepto de
cultura acabó por significar enciclopedismo, es decir, conocimiento
general y sumario de todos los dominios del saber. Del todo contrario a la
difusión sin discernimiento de la cultura se mostró J- J. Rousseau, el maestro
de Robespierre, el teórico de la igualdad social. “¿Qué puede pensarse -dice-
de estos compendiadores de obras que, de una manera indiscreta, han abierto las
puertas de las ciencias y han hecho penetrar en su santuario a un populacho
indigno de aproximarse a ellas?”
Desde los comienzos
del siglo presente, se ha advertido la insuficiencia del ideal enciclopedista.
Benedetto Croce lamentaba, en 1908, que hubiera prevalecido “el tipo del hombre
que posee no pocos conocimientos, pero que no posee el conocimiento” (es decir,
que no tiene una visión sistemática y profunda de la realidad; su cultura
consiste en un sinnúmero de conocimientos superficiales, inconexos y
dispersos). En verdad, el problema de la cultura, a mi juicio, se ha agravado
en el curso de este siglo a causa de la multiplicación y especialización de las
orientaciones de búsqueda y, por tanto, de las disciplinas (naturalistas o no
naturalistas). La creciente industrialización del mundo contemporáneo impone la
formación de competencias específicas, alcanzables sólo mediante
adiestramientos particulares, que relegan al hombre a campos excesivamente
restringidos de estudio y de actividad. La sociedad presente exige de cada uno
de sus miembros elrendimiento en el oficio y en la función que le
han sido asignados; y el rendimiento depende de los conocimientos específicos
para el desempeño de actividades prácticas y productivas, y no de la posesión
de una cultura general desinteresada. Yo reconozco la utilidad de las
competencias específicas, indispensables a la vida del hombre singular y de la
sociedad en su conjunto. Por otro lado, esta situación se ha determinado bajo
la acción de condiciones histórico-sociales, que no pueden ignorarse y mucho
menos anatematizarse. La pregunta que, aquí, nos interesa formular es: ¿son
dichas competencias específicas expresiones de cultura? Hay cierta resistencia,
de parte de los elementos más conservadores, a aceptarlas como tales, a causa
de su naturaleza de trabajos manuales o mecánicos y de su finalidad utilitaria.
A ello puede objetarse: primero, que también las artes denominadas manuales o
mecánicas suponen la acción directriz de la razón (no hay actividad ejercida
únicamente con el cuerpo, sin que la mente intervenga); segundo, que también las
denominadas artes espirituales o racionales se han profesionalizado (y, por lo
mismo, tienden a la ganancia) y también ellas necesitan más o menos del cuerpo.
De aquí se sigue que la vieja distinción tomista entre artes liberales
(exclusivas de la razón) y artes serviles (propias del cuerpo) ha perdido
actualidad. Si deseamos, por consiguiente, ennoblecer el concepto de cultura,
hemos de eliminar de él cualquier tendencia a la ganancia y restringir su
denotación a las formas más elevadas de la vida de un pueblo, tales como: la
filosofía, la religión, el arte, la ciencia, etcétera. A la luz de esta noción
de cultura recobra vigencia el modelo humanístico de educación. Yo creo que el
ideal humanístico, con todas sus insuficiencias, es básico, es fundamental,
para el mejoramiento intelectual, moral y del gusto estético del hombre.
Recuérdese que la educación humanística, además de servir como medio de
expresión y perfeccionamiento del pensamiento y para el refinamiento del gusto
estético, prepara para una vida digna y plena de espiritualidad. En efecto, una
vez constituida la personalidad a través de los estudios literarios (en
especial de las letras clásicas, cuyos exponentes pregonaron, defendieron y
realizaron de una manera eminente los valores eternos y universales del
espíritu), o sea, una vez adquirida la conciencia clara de los valores humanos,
el individuo puede ocupar con dignidad su puesto en el contexto social,
independientemente del fin específico de su actividad profesional (el humanismo
no tiene finalidades profesionales ni técnicas), por ser dueño de sí mismo y
moralmente responsable. Me permito pensar que, si todos tuviéramos un mínimum de
formación humanística, viviríamos en un mundo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario